Ángel González

Hola a todos,
yo no entiendo mucho de poesía, ni lo hago ahora ni lo hacía hace unos cuatro años.
Era primavera e iba dando un paseo por El Retiro entre las casetas de la Feria del Libro, frente a ellas se formaban colas de gente que esperaba recoger dedicatorias o quizás sólo saludar a sus escritores preferidos.
El tamaño de la fila (para hablar de tamaños lo de cola como que no) indicaba si se trataba de alguien conocido (la de Vargas Llosa, que esperé, era larguísima, insisto en que hablo de filas).

Después de un buen rato cotilleando, mirando aquí y allí, comprando algún libro y, básicamente, dando un paseo, decidí irme para casa y en el extremo de la feria encontré a Pedro Guerra firmando un disco con un señor mayor con barba. Como no había cola me acerqué a comprar el disco, saludé a Pedro Guerra y al otro señor que no conocía.
Tengo la estúpida manía de decir la verdad en las situaciones en las que la prudencia aconseja callarse, así que confesé al señor mayor con barba que realmente no sabía quién era. Pedro Guerra me miró horrorizado y el señor mayor con barba me sonrió y me dedicó el disco. Ahora sé que es un libro-disco.

Aquel día me fui para casa con la sensación de haber hecho un ridículo espantoso. En el disco, entre otros, estaba el poema que os he puesto arriba.